«¿Qué piensas de su estado de salud? ¿Quiere quedarse?»

Es la historia de Carmen, una guardiana que me hace esta misma pregunta desde hace cuatro años. La perrita se llama Maya. Tiene problemas metabólicos y actualmente está un poco mayor. Sin embargo, recibe buenos tratamientos médicos y come bien. A pesar de que no ande tan bien como antes, todavía pasea y disfruta de la vida. Los veterinarios ya no quieren recibir a Carmen y siempre la remiten a otros colegas.
El problema no es el estado de salud de Maya.

El verdadero problema es el profundo estado de ansiedad de Carmen. Su ansiedad se traduce en múltiples visitas a diferentes veterinarios y una vigilancia excesiva hacia el animal. Carmen no duerme, se despierta varias veces por la noche para verificar el estado de salud de Maya. “Por su salud”, ésta debe seguir un régimen estricto y toda clase de tratamientos. Si se desvía un poco o se vuelve perezosa, Carmen se enfada y se encoleriza contra ella. Carmen está constantemente detrás de Maya. La vigila, le escucha la mínima respiración y verifica sin parar sus análisis. Sus días enteros giran entorno al bienestar de Maya.

Maya, en lo que a ella se refiere, sólo tiene ganas de dormir, de olfatear fuera los olores, de jugar o de comer algo sabroso.

Carmen, que quiere a Maya, se lamenta de sus crisis de ira, llora, pide perdón, culpabiliza y cada vez se disgusta más.

La «enfermedad» de Maya se convierte en su razón de ser, en su “misión”, debe combatir el mal, controlar esta realidad que para ella es el deterioro de Maya

Maya sólo quiere vivir su vida: una vida sencilla sin dudas, sin preguntas, una vida en la que se disfruta de los pequeños placeres y de los elementos de la naturaleza, una vida que se expresa en el instante presente y que inspira el compartir y el amor.

Carmen, por su lado, dice que esto no es vida. Por supuesto, ya que ella no vive bien. Su “no-vida” crea un estado de preocupación y de inquietud. En su cabeza hay una infinidad de pensamientos atormentados, de miedos y de aprensiones; su corazón está inundado de inquietud y de ansiedad. Cada día, piensa que Maya se va a morir y si por casualidad no lo piensa, entonces se pregunta si Maya quiere quedarse…o irse. Carmen debería tomar las riendas, pero no lo hace; Ella cree que el problema es el estado de salud de Maya.
Maya se ha convertido en la única razón de vivir de Carmen.

Sin darse cuenta, está perjudicando la vida y la salud de Maya y no disfruta de su presencia. Ya no hay alegría.

La historia de Carmen es un caso extremo, pero a diario soy testigo de casos similares.

Por supuesto que hay que tratar y aliviar a un animal enfermo y no hay nada de malo en buscar tratamientos. Aquí sólo hablo del exceso y de la ansiedad.

En ocasiones se trata de un abuso de tratamientos desproporcionados, en ocasiones de una supra-abundancia de ejercicios superfluos, bien sea por su salud o por su comportamiento. Es normal sentirse frustrado e impotente ante la enfermedad de un ser querido, sin embargo, si tenéis “crisis emocionales de ira u otros”, estados depresivos, una obsesión, ya sea con la salud, la limpieza, el carácter, la relación con los otros, la manera de comer o de trabajar, habría entonces que cuestionarse realmente varias cosas.

Siempre encontraréis una excusa que os parecerá muy racional, pero es indispensable ponerse uno mismo en tela de juicio.

Tenemos, nosotros los guardianes de los animales, la responsabilidad de hacer un trabajo sobre nosotros mismos.
Los animales no nos pertenecen, estamos aquí para ocuparnos de ellos, pero no para asfixiarles con nuestros bagajes emocionales.

Amar significa dar la libertad.
Libertad de ser quien soy, tal y como soy.

Los animales son seres libres, sólo con su presencia nos enseñan. Ayudémosles, démosles la seguridad y el bienestar, pero no olvidemos el compartir con ellos los momentos de alegría y

¡Amémosles dejándoles respirar!

Dejándoles tranquilos, dejándoles libres de ser ellos mismos, con su naturaleza animal, pueden liberar las toxinas emocionales acumuladas por nosotros, los guardianes.

Amar es el no controlar su vida.
Amar es también el dejarles ir cuando devuelven su soplo de vida a la tierra.