EL TIEMPO DEL CORAZÓN

La comunicación animal existe desde la noche de los Tiempos así como la capacidad de los humanos a acceder a estados de conciencia modificados.
En ciertas culturas, la práctica de rituales, el uso de diversas hierbas o de sustancias psicotrópicas se utilizaban para abrir puertas de la consciencia hacia percepciones intensificadas. Así el aspirante podía sentir y ponerse en contacto con el espíritu de los animales o los elementos de la naturaleza. En este espacio de “comunión”, el aspirante perdía la noción de su identidad y podía acceder al conocimiento intrínseco de esos seres. También en ocasiones podía acceder a una conexión con otras dimensiones, ahí donde el tiempo es el mismo.
Esta «comunión» es la esencia misma de lo que hoy llamamos “comunicación animal”.

Hoy sabemos que las hierbas y las sustancias no son útiles, ya que hay técnicas precisas que permiten acceder a esos estados de conciencia modificado. En esos estados, podemos experimentar la comunicación como algo vibrante e intenso, y no limitado a lo visual como a menudo se ha decretado. La comunicación nos “toca”, ya que la vivimos a través de todos nuestros sentidos.
Esta comunicación se practica gracias a nuestras propias herramientas, es decir, la clarividencia, la clariaudiencia, el clarisentido, el clariolfato y el clariconocimiento. Cuando practicamos la comunicación animal, estamos en «comunión» con el espíritu del animal y la noción de tiempo y espacio de nuestra tercera dimensión se atenúa.
Lo que me parece fascinante es que, para hacer esta comunicación de manera correcta, hay que estar “hiper-presente”, es decir que hay que ponerse en estado de presencia total y absoluta con el espíritu del animal (a pesar de la intangibilidad de este lenguaje) ya que, a pesar de todo, ¡esta comunicación tiene lugar en nuestro espíritu!

En primera instancia, es necesario liberarnos de nuestros propios pensamientos y emociones para mantener esta focalización y claridad.
A continuación, hay que llegar a esta “hiper-presencia” ya que el animal vive completamente en el presente. Un presente que él experimenta a través de sus sentidos.
Por el contrario, nosotros los humanos, estamos constantemente conectados a nuestros pensamientos y emociones, proyectados en el pasado o en el futuro y muy poco en el presente. Por ejemplo, un animal puede regresar en espíritu en el pasado en caso de vivir la pérdida de un compañero animal o de un humano. Pero, sin embargo, experimenta esa pena en el presente sin tener necesidad de rememorar los recuerdos del pasado.
Del mismo modo, al contrario que un ser humano, no va a dedicar su tiempo a criticarse, a culpabilizarse y a repetirse lo que se hubiera o no se hubiera tenido que hacer. Así pues, es esta “hiper-presencia” que hay que cultivar con asiduidad.

Gracias a esta “hiper-presencia”, podemos acceder al espacio del corazón y despojarnos del análisis. Nosotros, humanos, siempre tenemos un análisis o una reflexión sobre nuestra vivencia. Este análisis nos separa de la “inmediatez” de nuestra vivencia. Cuando llegamos a incorporarnos en plena consciencia en el espacio del corazón, podemos saborear plenamente esta comunión maravillosa con el animal en esta vivencia potente y atemporal.

En este espacio del corazón, nuestra comunión con el espíritu animal es muy real, ya que ésta no está limitada a nuestra tercera dimensión.
En el espacio del corazón, no hay tiempo, sólo hay un presente infinito.